Capítulo 3

03.09.2013 16:16

No sabía cuántas horas habían pasado cuando recuperó la consciencia pero debían de ser muchas puesto que ahora por la ventana solo se veía la luz de la enorme luna y de todas sus estrellas.

Volvió a cerrar los ojos y a acomodarse un poco más en su mullido colchón, sin embargo, al buscar una postura más confortable, un millar de pinchazos atacaron su cabeza en forma de profundo dolor. Se llevó la mano a la zona del golpe, recordándolo todo de pronto y lamentándose pues realmente había llegado a creer que todo podía haberse quedado en una horrible pesadilla.

Ya no había sangre en su pelo, la humedad de este confirmaba que se lo habían lavado pero la herida seguía siendo palpable y el dolor, más fuerte del que había sentido hasta entonces.

De su cabello deslizó la blanca mano hasta la cara, donde se encontró el labio hinchado. Tocarlo la arrancó otra mueca de dolor y algún que otro suave quejido. Suspiró, sintiéndose de pronto vacía, quizá por lo injusto que le parecía que las cosas hubieran tenido que terminar así.

Sin embargo, rememorando el pasado, se dio cuenta de que no es que hubieran terminado de aquella manera, simplemente nunca habían sido de otra. Desde que nació le habían enseñado a hacer solo lo correcto, a comportarse, a no dar su opinión. En presencia de su padre parecía sencillo, incluso en presencia de otros desconocidos. Le resultaba tan fácil como respirar. En cambio, cuando Herbert andaba cerca le abría los ojos, le enseñaba cosas nuevas, le daba voz en las decisiones y le decía que tenían el mismo poder, que eran iguales. Le enseñaba que gritar no era nada sino una forma de libertad. Que equivocarse era la verdadera forma de aprender. Resultaba curioso que las personas pudieran pensar de formas tan distintas e irreconciliables, y, resultaba terriblemente injusto que la mejor fuera también la forma prohibida.

 

Cerró los ojos de nuevo llamando al sueño, pues se dio cuenta de que en él se vivía mucho mejor. En él, ella y sus hermanos eran mayores e independientes, Herbert era duque y Evelyn y Däe podían salir a jugar con la nieve tanto como quisieran. Quizá eso a ojos de un adulto apenas significa nada, pero en aquellos momentos, para la pelirroja, era el mejor ejemplo de libertad.

Fue entonces cuando algo le llamó tan bruscamente la atención que por puro sobresalto se vio forzada a abrir los ojos una vez más. Permaneció en silencio, cortando incluso el sonido de su respiración. Si hubiera podido, también habría pedido que cesara de latir su corazón pues necesitaba oír con claridad aquellos extraños ruidos. Entrecerró los ojos, no estaba sola. Desde su posición solo alcanzaba a ver un enorme arcón de madera que no estaba para nada fuera de lo común, parte de la ventana y un hermoso retrato de sí misma cuando apenas tenía un par de años de edad. También alcanzaba a ver una de las mesillas que había junto a su cama sobre la que descansaba un candelabro apagado y una pequeña caja donde guardaba tesoros personales. Por desgracia, ninguna de las figuras humanas que percibía quedaba al alcance de su vista, sabía que estaban ahí, las oía con total claridad, eran por lo menos dos, pero, claro, por una respiración no podía identificar a nadie.

A pesar del intenso dolor que nubló su vista, fue girándose poco a poco, pues la curiosidad, el miedo, la intriga, podían con ella mucho más que una terrible jaqueca. Un gesto tan simple pareció costarle un mundo y llevarle horas, o al menos eso le dio la sensación pues cada vez que se giraba un poco más, todo parecía dar más vueltas. Finalmente consiguió dejarse caer exhausta bocarriba para hacer una pequeña pausa antes de seguir girando ya que ahora lo único que era capaz de ver era el dosel superior de la cama.

Enfadada consigo misma por no poder continuar se mordió el labio, buscando canalizar por ahí su frustración, sin embargo no fue buena idea, pues le arrancó un gemido de dolor al presionar con los dientes la parte hinchada de la que se había olvidado por completo.

Entonces llegaron los apresurados pasos y quizá también los susurros en forma rezo u oración, no podría haber especificado demasiado, pues, tras la mordedura, todos sus sentidos parecían haber desaparecido. Notó una mano en la frente, una mano arrugada pero cálida, extrañamente reconfortante. Dejó que sus ojos vieran de nuevo, topándose con los castaños de la vieja institutriz, que pareció mostrar más alivio del que jamás había visto en sus rostro.

-Oh niña, no le des estos sustos a la pobre anciana, no deberías haber hecho eso, y lo sabías, ¿por qué lo hiciste niña? ¿Acaso no te enseñé a no meterte en los asuntos de otros? Y mucho menos si son de hombres… ¿En qué estarías pensando?-

A pesar de lo que pudiera parecer, Däenerys sabía que no había reproche alguno en la voz de la que consideraba una especie de abuela. Solo preocupación, calma y quizá, un poco en el fondo, algo de decepción eclipsada por parte de la comprensión que seguro también estaba allí.

 

Ms. Winterford formuló tantas preguntas y tan rápido que lo cierto es que ni siquiera logró entender todas, pero, le dio igual, pues la pequeña pelirroja no consideraba que ahora mismo tuviera tiempo para ninguna. Solo había una cosa que quería saber.

Buscó su voz y apenas encontró rastro de ella, por las horas de desuso y por el miedo que aún se abrazaba a sus entrañas. Sin embargo, la necesidad de saber era más fuerte y, tras unos segundos, logró hablar.

-¿Herbert?- Habría hecho una pegunta más detallada de haber sido capaz, pero simplemente no encontraba fuerzas para ello.

-Está a tu lado, niña, ni siquiera nos dejó lavarle ni ponerle hielo, no se separó de ti ni un segundo. No me hizo caso cuando le dije que no podía dormir contigo, ya conoces a tu hermano, es tozudo como él solo, lo dije el día que le vi por primera vez, juro que dije que este niño iba a ser muy especial. Recuerdo que aquel día...-

 

Hacía rato que Däenerys había dejado de prestar atención. Ignorando cualquier tipo de dolor, o cansancio había girado el resto de su cuerpo para hallar a su lado, en la cama, a la fuente de la otra respiración.

A pesar de que al hacerlo notaba tirantez en su rostro, sonreía de forma amplia pues aquella era sin duda su mejor medicina.

 

-… La señorita Evelyn también quiso quedarse pero la duquesa se lo prohibió, ya sabes que no es lo correcto, sin embargo tu hermano, niña, a tu hermano nadie le dice que no… - Ms. Winterford seguía con su monólogo personal.

 

El aspecto de Herbert era aún peor de lo que la joven pelirroja había sospechado. Prácticamente toda su cara estaba hinchada y una mancha morada cubría varias zonas en forma de enormes cardenales que seguro le estarían doliendo durante una larga semana. También conservaba algunos restos de sangre seca que no se había desprendido por si sola haciendo que, quizá, la cosa pareciera peor de lo que era en realidad.

Däe levantó temblorosa su mano para apartar algunos mechones pelirrojos del rostro de su hermano, con tanta delicadeza que parecía estar manipulando el más valioso objeto del más fino cristal.

El niño se revolvió ante tal gesto. Al principio parecía que continuaría durmiendo, sin embargo, veloz como una flecha, levantó la mano atrapando la muñeca de la pequeña y abriendo uno de sus ojos grises, mostrando, como si nada hubiera pasado, esa característica sonrisa socarrona. Abrió entonces el otro ojo, y luego tuvo que parpadear un par de veces. Däenerys supo que había recuperado del todo su visión al ver la mueca que se dibujó en su pálido rostro pues, seguramente, había detectado ya el horrible labio hinchado.

-Estoy bien…- susurró ella buscando restarle importancia. –No como tú, tienes un aspecto horrible-

-Oh, vaya, se ha despertado- la voz de Ms. Winterford volvió a ser audible aunque deliberadamente ignorada. -Me encargaron vigilar toda la noche pero supongo que no pasará nada si me excuso unos momentos, el señorito será todo un rebelde pero supongo que la dejo en las mejores manos, señorita Marie.-

Los dos niños dirigieron la mirada a su niñera, cosa que les provocó un dolor que estuvieron dispuestos a pagar para recompensar a la anciana con una enorme sonrisa.

-No, no sonriáis así, vamos, dejadlo o me robaréis el corazón. Ya salgo, ya salgo, pero volveré en unos momentos ¿entendido? No volveré tarde porque aún recuerdo ese día en el que…- Su sabia voz de fue perdiendo según se alejaba por el pasillo y la puerta volvía a entornarse.

 

Por fin solos y a costa de unos cuantos pinchazos más, volvieron a mirarse.

Herbert levantó las manos hacia ella, acariciando con todo el cuidado del mundo su hinchazón, ella le besó la mano a cambio, y después la tomó entre las suyas.

-No deberías haberte puesto en medio Däe, ese golpe debería haber sido para mi.-

Ella negó con la cabeza, de lo que por cierto, también se arrepintió después. Puso buen cuidado en no repetir su gesto.

-Tú tampoco deberías haber hablado Herb, conoces a padre, sabes que él…-

-¡Pero no estabais haciendo nada malo!-

-Pero así son las cosas, Herbert.-

-Pues si son así yo no quiero tener que vivirlas-

-Eres el heredero…-

-¿El heredero de qué, Däenerys? Dime, si ser heredero implica ser como él, yo renuncio a esto.-

-No puedes renunciar…-

-¿Por qué no?-

-Porque así son las cosas.-

-¿Te das cuenta Däe? Solo existe ese argumento.-

La pelirroja dejó que sus ojos azules se dirigieran a la ventana donde contempló las ramas de los árboles siendo mecidas por el viento, los restos de nieve que aún quedaban en ellos, y entonces volvió a mirar los ojos de su hermano.

-Pero tú podrás cambiar las cosas, Herbert.-

Él sonrió y recorrió su mejilla con las yemas de sus fríos dedos.

-Las cambiaré, pequeña, las cambiaré algún día.-

Aquella respuesta pareció suficientemente satisfactoria y solo entonces se dio cuenta de cómo pesaban de nuevo sus párpados, seguramente, por todo el esfuerzo realizado en aquel corto rato. Apoyó la cabeza en el pecho del pelirrojo y cerró los ojos, escuchando los pasos de Ms. Winterford regresando lentamente a la habitación.

-Creo que ya vuelve.- Comentó en un susurro travieso y apenas audible.

-Shh… deberías volver a dormir.- La mano de Herbert se colaba entre los mechones de su cabello, acariciándolos distraídamente.

-Pero ¿me contarás un cuento?-

-Te contaré los que quieras.-

Sonriendo por pura inercia Däe se acomodó aún más y se rindió a la comodidad, descansando su vista y relajando su respiración, preparada.

-Érase una vez un hada…-

-¿Cómo se llamaba el hada?-

-Se llamaba Däenerys, y era la más hermosa de todas, todas las hadas….-