Capítulo 2

07.08.2013 16:28

Se miró en el espejo con aprobación, acariciaba con cuidado las costuras del bello vestido azul que Ms. Winterford había elegido para ella. Era sencillo, cómodo y de lana, que la protegería del frío que movía con furia las ramas de los árboles en el exterior.

Dio una vuelta sobre sí misma para que la institutriz pudiera verla mejor y así corregir cualquier pequeño imperfecto que pudiera haber en ella, pero no encontró ninguno. Recolocó su cabello sí, pero más bien lo hizo para poder acariciar esa sedosa melena roja y también para besar con gesto cariñoso su blanca frente, cosa que Däenerys agradeció, pues le parecía maternal y reconfortante. Algo tan insignificante como un beso tenía la fuerza de sacar sonrisas y eso, eso sí le parecía fascinante.

 

Salió de la estancia seguida de la fiel anciana que ya había sustituido su rostro afable por la inexpresividad que se exigía al servicio.

Ambas caminaron en silencio, una delante de la otra, por los pasillos de la mansión que podían resultar infinitos en el incómodo silencio.

Däenerys amaba su hogar, era una hermosa casa ricamente decorada con todas las comodidades de las que carecía la gente humilde de la época. Los largos corredores e infinitas habitaciones vacías la hacían perfecta para una cantidad inimaginable de juegos que en realidad siempre habían tenido prohibidos. Siendo más específicos, la casa contaba con más habitaciones de las que la pequeña podía enumerar, ni siquiera había entrado en todas ellas a lo largo de sus siete años de vida.

 

Por fin llegaron a las escaleras que conducirían a la planta baja donde se situaba uno de los comedores, el de uso diario, donde seguro llegaría tarde a desayunar.

Bajó despacio, guardando especialmente bien la compostura para la corta edad con la que contaba, sintiendo la aprobación de la anciana a sus espaldas pues ella era la responsable de que la joven pelirroja supiera comportarse en todo momento. Era la única de los tres niños con la que lo había logrado puesto que Herbert desde siempre se había negado en rotundo a comportarse como era debido y Evelyn era aún demasiado inmadura y pequeña como para hacerlo siempre que debía. Däenerys era distinta, era reservada y callada, perfectamente educada. Quizá demasiado tímida y miedosa, nunca habría sido capaz de fallar en nada.

 

-¡Padre, Padre! Usted dijo que no iba a nevar y mire ¡mire! ¡Está todo blanco! ¡Mire!- Los gritos de Evelyn llegaban hasta la posición de la pelirroja y su niñera, como también lo hicieron los susurros de la duquesa pidiendo calma, y el sonido de los cubiertos al ser depositados con enfado sobre la vajilla de porcelana.

 

Ms. Winterford y Däenerys cruzaron la mirada, sabiendo que debían apresurarse y obligar a Evelyn a formular una disculpa antes de que la ira del duque se desatara.

Bajaron el resto de escalones con agilidad y salvaron la distancia que había hasta el comedor con gran ligereza, eso sí, poniendo buen cuidado de frenar antes de entrar en la sala.

 

La primera imagen que tuvo de su familia esa mañana, por desgracia, no fue muy diferente a la que solía ser cada día: la gran mesa de madera de roble, oscura e impoluta, ponía buena distancia entre Herbert y su señor padre pues cada uno se sentaba en un extremo ya que se evitaban tanto como podían. El duque, como siempre, llevaba el bigote perfectamente recortado, las lentes bien colocadas y el pelo rubio impolutamente repeinado. Siempre iba vestido elegantemente y en su mano descansaba ese vaso de Whisky escocés que le acompañaba fuera cual fuera la hora del día. A la derecha de éste se encontraba sentada la señora Sanders que quizá en su tiempo pudo considerarse bella pues sus ojos tenían ese color gris de la tormenta y ese azul del mar embravecido, pero había sido eclipsado por el miedo que se había acumulado en ellos, por lo reprimidos que estaban sus sentimientos, por la pasividad que era lo único que sabía mostrar, siempre haciendo lo políticamente correcto. Su cabello, rojo como el de sus dos hijos mayores, destacaba por su color, pero horrorizaba por su falta de brillo, pues, con el paso de los años, había ido perdiendo fuerza y ganando sombras plateadas demasiado precoces para ella pues aún era joven como para aparentar la edad que cualquiera diría que tenía. La pequeña Evelyn estaba pegada a la ventana, aún demasiado ilusionada por la nieve, para disgusto de su padre que preferiría que estuviera desayunando callada. Había sustituido sus ropas de dormir por un vestido parecido al de su hermana mayor, con un color ligeramente más claro que se asemejaba más al blanco que al azul. Su pelo recogido en dos largas trenzas doradas le daban un aspecto tan dulce que casi provocaban irrefrenables ganas de abrazarla. Herbert, desde su puesto, despreciaba algunos trozos de comida y con otros simplemente jugueteaba, sin probar bocado alguno. Su traje había sido recolocado, abrochado con propiedad y seguramente eso era lo que le arrancaba esa mirada melancólica y esos labios fruncidos.

 

La aparición de Däenerys parecía haber tranquilizado un poco el semblante del duque, pues había dejado de prestar atención a Evelyn para clavar su serena mirada en su otra hija, expectante, como siempre. Hiciera lo que hiciera Däenerys sabía que su padre siempre esperaría más.

Hizo la reverencia oportuna en el momento oportuno de la mejor forma que sabía, sin doblarse un centímetro más, ni un centímetro menos, manteniendo la vista en su sitio para que fuera respetuosa y no temerosa, fue perfecta y, sin embargo, por la expresión de su progenitor, nadie lo habría dicho, A cambio, el semblante de su señora madre parecía mostrar alivio, pues, al menos, eso eliminaría la posibilidad de una nueva discusión.

Däe se apresuró a ocupar su sitio, en un lugar neutral de la mesa, aunque, por qué no decirlo, más cercano al de su hermano. Mientras lo hacía, musitaba unos deseos de buenos días, tan decorosos que más que con su familia parecía dirigirse a un grupo de extraños. Le devolvió la sonrisa a Evelyn cuando ésta se giró y la miró desde su posición junto a la ventana. Eso sí, de una forma mucho más discreta. También buscó la de Herbert pero éste solo levantó una de sus comisuras.

 

-Evelyn siéntate. Es hora de que te comportes como una señorita. Deja ya las estupideces de la nieve, que no te va a llevar a nada.- Quizá las palabras pronunciadas por el duque no fueran especialmente bruscas pero el tono con el que fueron pronunciadas fue tan severo que habría puesto a cualquiera los pelos de punta. A todos menos a la ingenua rubia que no veía nada malo en admirar la belleza de tanta blancura.

-Pero papá, es que te has equivocado, tú dijiste que la nieve no vendría y ha llegado.- Tales palabras consiguieron cambiar el rostro del duque, que había dejado el vaso sobre la mesa, henchido de ira.

 -Yo nunca me equivoco ¿entiendes? Nunca, la nieve no ha llegado, ¡no ha llegado! Porque no vas a poder usarla. ¡No sirve para nada! Tienes actividades más importantes, Evelyn no eres la hija de un molinero, para mi desgracia eres la mía y tienes que aprender de una maldita vez a comportarte como tal.

 

Tras esto, la menor de los hermanos pareció comenzar a comprender. Poco a poco se alejó de la ventana, ocupando el asiento libre que quedaba a la derecha de su hermana mayor, en el que le habían servido su comida. Tenía los ojos llorosos, si te fijabas, pues el amarillo estaba inundado por agua que no debía salir.

La duquesa mantenía su semblante impasible, con la mirada fija en la comida sin ni siquiera abrir la boca, mientras que Däenerys había tomado la mano de la pequeña por debajo de la mesa, dándola así consuelo con suaves caricias. Incluso cuando notó que los sollozos comenzarían a salir en poco tiempo, rodeó su pequeño cuerpo con un brazo, para acercarla y depositar un beso en su cabeza a pesar de que tal gesto consiguiera avivar aún más el fuego que había en el cuerpo del duque. Antes de darle tiempo a seguir hablando, la voz de Herbert se hizo notar en la sala, rompiendo ese silencio tan palpable que se había apoderado de ella cuando el duque finalizó sus palabras.

 

-Déjalas de una vez, ninguna ha hecho nada malo.

 

A pesar de su escasa edad Herbert no temía nada, o eso es lo que hacía ver pues era capaz de reprochar cosas a su padre mirándole directamente a los ojos sin mostrar ningún signo de debilidad. Estaba incorrectamente sentado, y había vuelto a desabrocharse botones que deberían estar abrochados. Seguía moviendo el tenedor por el plato, como si lo hiciera inconscientemente y, mantenía la barbilla bien alta.

La duquesa cerró los ojos, preparándose para la tormenta que estaría a punto de caer mientras, las niñas se abrazaban mirando a los dos varones de la sala de hito en hito.

 

-¿Qué has dicho, Herbert? -Las palabras parecían mantener la compostura pero los hielos de su vaso temblaban por el movimiento incontrolado de su mano- ¿Me puedes explicar qué narices has dicho? -Según avanzaba en las palabras, el tono de voz iba subiendo pero, ni siquiera esto amedrentó al joven pelirrojo.

-He dicho… - Comenzó a replicar con voz pausada, era extraño, porque eran palabras de adulto en la voz de un niño al que ni siquiera le ha cambiado–...que no han hecho nada malo. Que dejes a Evelyn disfrutar de su nieve y a Däenerys abrazar a su hermana pequeña, a la cual, por cierto, acabas de decirle que desearías que no fuera hija tuya. ¿Qué clase de padre se supone que eres?

 

Däenerys miraba a su hermano con una mezcla de admiración y temor, pues sabía que aquello no tenía que pasar, que luego todo iría a peor, que…

 

-¡NO SE LLAMA DÄENERYS!- sus pensamientos fueron interrumpidos por el brusco y grave grito de su padre, que se había levantado de golpe y había roto el vaso contra la mesa. -¡No se llama Däenerys! -Repitió, comenzando a avanzar hasta el asiento del niño, donde él le esperaba aún con la vista clavada en su padre, inmune a sus gritos- Y no debe abrazar ni a su hermana ni a nadie, mucho menos si es porque estoy intentando enseñarla a que no se parezca ni una pizca a ti. ¡Levántate cuando te hablo, si es que eres lo suficientemente valiente!

 

Tras estas palabras volvió a reinar el silencio, solo se oían los jadeos, la respiración entrecortada del duque. Evelyn lloraba, pero era lo suficientemente inteligente como para hacerlo en silencio. La duquesa seguía comiendo, como si no pudiera ver ni oír todo lo que allí estaba ocurriendo. Däenerys se mordía el labio, y miraba a su hermano, transmitiéndole toda la fuerza que podía pues sabía lo que vendría a continuación.

Herbert se levantó, extremadamente despacio y se colocó frente a su progenitor, en silencio, aun aguantando esa mirada furiosa, respondiendo con lo que más duele, la calma, dejando en muy mal lugar a su padre pues demostraba que en el fondo era el único capaz de mantener la compostura.

Llegó entonces el golpe, sonoro como un trueno, luego otro, y otro más, pero no se oía grito alguno, incluso entonces el pelirrojo sabía guardar silencio.

Llegó un momento en el que aquello fue insoportable, Däenerys se levantó de la mesa y corrió al lado de su hermano poniéndose entre él y su padre. Todo se volvió negro al ser alcanzada por la enorme mano del duque que directamente la tiró al suelo.

Algo aturdida volvió a abrir los ojos, se llevó una mano al cabello, donde encontró sangre que manaba de una herida, luego notó cómo alguien la levantaba para llevarla en brazos. Los tiernos ojos de Ms. Winterford la miraban con preocupación mientras la llevaba hasta la puerta. Herbert las seguía y al salir de la sala le vio detenerse en el umbral, temblando y lleno de sangre pero aún con toda la serenidad en los ojos. El pelirrojo miró a su padre y le hizo un juramento.

 

-Vuelve a tocarla y juro que algún día te mataré

 

Fue lo último que oyó antes de volver a refugiarse tras las puertas de la inconsciencia que siempre ayudan a luchar contra el dolor.