Capítulo 1

22.09.2013 18:53
Había transcurrido una semana desde el golpe. 
Herbert y Padre seguían ignorándose tanto como podían mientras se curaban las heridas físicas y psicológicas que habían dejado huella en todos los habitantes de la mansión.
Quedaban solo tres días para el cumpleaños del duque. Como todos los años, se celebraría un gran baile en su honor. Nobles de toda Inglaterra viajaban a Cambridge para festejar que cumplía un año más.
A pesar de su baja moral por aquel entonces, los pequeños tenían que dedicar todas sus horas a ensayar los bailes o las canciones que debían ser interpretadas en honor a ese progenitor que en realidad preferirían no tener.
 
-Herb, creo que deberías ponerte a ensayar tú también. Padre se pondrá furioso si no conoces todos los pasos.-
-Me da igual que se ponga furioso, Däe, no pienso moverme por ahí vestido como un idiota haciendo pasos ridículos.-
-No son ridículos.- Argumentó la pequeña Evelyn con algo de queja en su voz. –A mí me gustan, son bonitos.-
-Son ridículos, Ev.- contestó, terco, el mayor de los hermanos, aunque con esa dulzura que la voz de padre nunca había mostrado.
La pequeña puso los ojos en blanco, sabiendo que sería inútil discutir con él y siguió intentando repetir los pasos que la pelirroja trataba de enseñarle.
-Además, lo hacéis mal, Nancy se mueve de tal forma que incluso puede resultar ligeramente interesante.- Comentó Herbert tras unos minutos en los que la habitación se había sumido en un profundo silencio solo interrumpido por el débil sonido de las suelas de los zapatos al cambiar de paso.
Däenerys se detuvo entonces y colocó los brazos en jarra. Le miró con una sonrisa burlona en los labios bastante parecida a la que de igual forma mostraba él.
-Ya… Nancy… bueno, estoy segura de que eso es porque Nancy no tiene que ensayar sola.-
-No estás sola, estás con Evelyn.-  Herbert señaló a la rubia con la cabeza, sin poder evitar estallar en carcajadas tras esto pues esta se encontraba mirando fascinada el nuevo peinado que le habían hecho en un espejo.
-Oh venga, ya sabes a lo que me refiero.- repuso la pelirroja. –Seguro que Nancy no baila con caballeros imaginarios mientras su hermano la mira sentado desde el suelo.-
-Nancy no tiene hermanos.-
-Su hermano imaginario, pues.- Contestó resuelta antes de volver a darle la espalda, mirándole solo a través del espejo, mientras ella sola repetía una y otra vez sus pasos.
Le costó encontrar una respuesta satisfactoria pero al fin, el pelirrojo contestó.
-Nah, no creo que Nancy esté tan loca como para tener un hermano imaginario.-
-Bueno, quién sabe, yo tengo uno de verdad y me sirve más o menos para lo mismo, quizá, al fin y al cabo, los imaginarios no sean nada malo.-
Era rápida y aguda, inteligente, demasiado en ocasiones, cosa que no siempre era beneficiosa. En realidad no pensaba aquello que decía, todo era cosa de picarse el uno al otro.
-¿De verdad crees eso, canija?- La voz del pelirrojo sonaba entre divertida y desafiante, a la vez que un poco incrédula. “Canija”, la llamaba, qué fácil era para ellos entonces creerse adultos cuando no eran más que niños. Qué maduros parecían, cuánto aprendieron después…
-Hombre, desde luego Nancy no baila sola. Los caballeros que danzan con ella no tienen miedo de aprender a mover los pies de una forma y aplicarlo luego al ritmo de un piano.- Tenía que morderse la lengua para no estallar en carcajadas, pues veía como la cara de su hermano iba cambiando a medida que sus palabras se iban formando. Entrecerrando los ojos y de forma pensativa valorando sus distintas opciones.
Finalmente se puso en pie, se sacudió las manos en los pantalones sin una pizca de decoro y se plantó frente a ella.
-¡Eh, Ev!- La llamó, sin girarse, manteniendo sus ojos grises en los azules de Däe. -¡Ven aquí, te necesitamos!-
-Ya voy, ya voy.- Aunque el tono pudiera sonar como si aquella idea no le gustase, en su voz se escondía la excitación de saber para qué la necesitaban los que entonces la parecían tan mayores y seguros hermanos.
Däenerys aguardaba, esperando el siguiente paso del siempre impredecible Herbert, con una ceja levantada y los brazos aún en jarra.
-Ev, ¿sabes tocar?- Herbert señaló con la cabeza al enorme piano de cola que descansaba majestuoso en una de las esquinas de la habitación.
-Aún no muy bien…- Contestó la rubia algo avergonzada. –Däe sabe, Däe toca muy bien.-
-Sí, lo sé, pero necesito a Däe para que me enseñe los pasos. Ya que voy a bailar, quiero algo de música.-
-¿Bailarás, Herbert?- Evelyn parecía tremendamente incrédula ante esta idea, miles de profesores de baile habían pasado por aquella sala intentando arrancar al rebelde pelirrojo un simple movimiento de pies que nunca llegaba.
-Tengo que hacer que se trague sus palabras, enana, ¿no ves que me ha retado? ¿a que tú crees en mi?-
-¡Claro que si Herb!-
Los tres rieron pues aquello se había tornado, de repente, en algo mucho más excitante y divertido que un simple ensayo.
-Bueno, yo no puedo tocar pero quizá si tarareo la melodía…- Con sus cortas piernas y su sonrisa arrebatadora trotó hasta sentarse en la alta banqueta del piano, donde, dejando sus pies colgando, comenzó a tararear con mucho entusiasmo y gran dedicación un bello vals que llevaba semanas estudiando en sus clases de música.
Los pelirrojos volvieron a fijar uno la vista en el otro, rieron, pero ambos buscaron ocultarlo, como si aquello fuera realmente un asunto muy grave y de gran importancia.
-Bien, tendrá usted que guiarme señorita, pero no se emocione, aprendo rápido.-
Ella no pudo más que sonreír y asentir con la cabeza, de acuerdo con esto, como si la última parte del comentario no tuviera importancia.
Hizo una leve reverencia ante él, y le indicó que él debía hacer lo mismo.
Tras recibir la suya, en su tesitura, un poco más burlona, le tomó la mano y la guió hasta su cintura. Después, tomó la otra y las mantuvo unidas, colocando la suya propia en el hombro de él, tomando ya la perfecta posición.
A la siguiente entrada de la voz de Evelyn comenzó a mover los pies, de forma perfecta, sincronizada con la música.
Intentaba guiarle como podía, tirando de él cuando debían girar y empujando sus pies cuando debía hacerlos retroceder.
Sus torpes pasos le arrancaban leves risas pero él ponía empeño.
A veces le salía muy bien, otras, parecía que aquel era el primer movimiento que hacía en su vida. Iba de un extremo a otro, pero, eso con Herbert tampoco era novedad, pues con Däenerys era más dulce que la miel pero en cuanto padre entraba en la sala, sus ojos se congelaban, mostrando solo hielo, odio, y un desprecio más cortante que cualquier espada.
Evelyn, a pesar de quedarse sin aire, tarareaba cada vez con más ímpetu, intentando colaborar marcaba mucho los tempos para que ellos pudieran distinguir cada paso, aunque no podía evitar las risitas que se escapaban de sus rosados labios cuando Herbert tropezaba o pisaba a su hermana, arrancándole muecas, risas o quejas, según la intensidad del pisotón.
Así transcurrieron algunas horas en las que Herbert progresó considerablemente, sin embargo, estaba claro, no serían suficientes.
-Oh venga, no lo dejes ahora si casi te sale perfecto.-
-Pero ¿tú sabes lo cansado que estoy?-
-¿No era fácil y estúpido?-
-Vale sí, está bien, pero, yo no he nacido para esto, está claro.-
-En el fondo muy en el fondo eres buen bailarín.-
Los tres estaban sentados en línea, en su perfecto orden cronológico, todos frente al espejo aunque en realidad no miraban demasiado su reflejo.
-Yo también lo creo Herb.- Dijo Evelyn finalmente, no te fue tan mal, solo pisaste a Däe más que al suelo.
Los tres rieron de nuevo.
-Anda calla enana, que no ha sido para tanto.-
-Y yo ahora me pregunto…- Intervino Däenerys por fin. -¿Pisará el hermano imaginario de Nancy tan fuerte como tú?-
Las chicas estallaron en musicales carcajadas, y también alguna escapó de los labios del niño que se lanzó a atacar a su hermana, revolviendo su pelo y haciéndole cosquillas provocando una divertida guerra entre los tres que se prolongó más allá del anochecer.

 

03.09.2013 16:16

No sabía cuántas horas habían pasado cuando recuperó la consciencia pero debían de ser muchas puesto que ahora por la ventana solo se veía la luz de la enorme luna y de todas sus estrellas.

Volvió a cerrar los ojos y a acomodarse un poco más en su mullido colchón, sin embargo, al buscar una postura más confortable, un millar de pinchazos atacaron su cabeza en forma de profundo dolor. Se llevó la mano a la zona del golpe, recordándolo todo de pronto y lamentándose pues realmente había llegado a creer que todo podía haberse quedado en una horrible pesadilla.

Ya no había sangre en su pelo, la humedad de este confirmaba que se lo habían lavado pero la herida seguía siendo palpable y el dolor, más fuerte del que había sentido hasta entonces.

De su cabello deslizó la blanca mano hasta la cara, donde se encontró el labio hinchado. Tocarlo la arrancó otra mueca de dolor y algún que otro suave quejido. Suspiró, sintiéndose de pronto vacía, quizá por lo injusto que le parecía que las cosas hubieran tenido que terminar así.

Sin embargo, rememorando el pasado, se dio cuenta de que no es que hubieran terminado de aquella manera, simplemente nunca habían sido de otra. Desde que nació le habían enseñado a hacer solo lo correcto, a comportarse, a no dar su opinión. En presencia de su padre parecía sencillo, incluso en presencia de otros desconocidos. Le resultaba tan fácil como respirar. En cambio, cuando Herbert andaba cerca le abría los ojos, le enseñaba cosas nuevas, le daba voz en las decisiones y le decía que tenían el mismo poder, que eran iguales. Le enseñaba que gritar no era nada sino una forma de libertad. Que equivocarse era la verdadera forma de aprender. Resultaba curioso que las personas pudieran pensar de formas tan distintas e irreconciliables, y, resultaba terriblemente injusto que la mejor fuera también la forma prohibida.

 

Cerró los ojos de nuevo llamando al sueño, pues se dio cuenta de que en él se vivía mucho mejor. En él, ella y sus hermanos eran mayores e independientes, Herbert era duque y Evelyn y Däe podían salir a jugar con la nieve tanto como quisieran. Quizá eso a ojos de un adulto apenas significa nada, pero en aquellos momentos, para la pelirroja, era el mejor ejemplo de libertad.

Fue entonces cuando algo le llamó tan bruscamente la atención que por puro sobresalto se vio forzada a abrir los ojos una vez más. Permaneció en silencio, cortando incluso el sonido de su respiración. Si hubiera podido, también habría pedido que cesara de latir su corazón pues necesitaba oír con claridad aquellos extraños ruidos. Entrecerró los ojos, no estaba sola. Desde su posición solo alcanzaba a ver un enorme arcón de madera que no estaba para nada fuera de lo común, parte de la ventana y un hermoso retrato de sí misma cuando apenas tenía un par de años de edad. También alcanzaba a ver una de las mesillas que había junto a su cama sobre la que descansaba un candelabro apagado y una pequeña caja donde guardaba tesoros personales. Por desgracia, ninguna de las figuras humanas que percibía quedaba al alcance de su vista, sabía que estaban ahí, las oía con total claridad, eran por lo menos dos, pero, claro, por una respiración no podía identificar a nadie.

A pesar del intenso dolor que nubló su vista, fue girándose poco a poco, pues la curiosidad, el miedo, la intriga, podían con ella mucho más que una terrible jaqueca. Un gesto tan simple pareció costarle un mundo y llevarle horas, o al menos eso le dio la sensación pues cada vez que se giraba un poco más, todo parecía dar más vueltas. Finalmente consiguió dejarse caer exhausta bocarriba para hacer una pequeña pausa antes de seguir girando ya que ahora lo único que era capaz de ver era el dosel superior de la cama.

Enfadada consigo misma por no poder continuar se mordió el labio, buscando canalizar por ahí su frustración, sin embargo no fue buena idea, pues le arrancó un gemido de dolor al presionar con los dientes la parte hinchada de la que se había olvidado por completo.

Entonces llegaron los apresurados pasos y quizá también los susurros en forma rezo u oración, no podría haber especificado demasiado, pues, tras la mordedura, todos sus sentidos parecían haber desaparecido. Notó una mano en la frente, una mano arrugada pero cálida, extrañamente reconfortante. Dejó que sus ojos vieran de nuevo, topándose con los castaños de la vieja institutriz, que pareció mostrar más alivio del que jamás había visto en sus rostro.

-Oh niña, no le des estos sustos a la pobre anciana, no deberías haber hecho eso, y lo sabías, ¿por qué lo hiciste niña? ¿Acaso no te enseñé a no meterte en los asuntos de otros? Y mucho menos si son de hombres… ¿En qué estarías pensando?-

A pesar de lo que pudiera parecer, Däenerys sabía que no había reproche alguno en la voz de la que consideraba una especie de abuela. Solo preocupación, calma y quizá, un poco en el fondo, algo de decepción eclipsada por parte de la comprensión que seguro también estaba allí.

 

Ms. Winterford formuló tantas preguntas y tan rápido que lo cierto es que ni siquiera logró entender todas, pero, le dio igual, pues la pequeña pelirroja no consideraba que ahora mismo tuviera tiempo para ninguna. Solo había una cosa que quería saber.

Buscó su voz y apenas encontró rastro de ella, por las horas de desuso y por el miedo que aún se abrazaba a sus entrañas. Sin embargo, la necesidad de saber era más fuerte y, tras unos segundos, logró hablar.

-¿Herbert?- Habría hecho una pegunta más detallada de haber sido capaz, pero simplemente no encontraba fuerzas para ello.

-Está a tu lado, niña, ni siquiera nos dejó lavarle ni ponerle hielo, no se separó de ti ni un segundo. No me hizo caso cuando le dije que no podía dormir contigo, ya conoces a tu hermano, es tozudo como él solo, lo dije el día que le vi por primera vez, juro que dije que este niño iba a ser muy especial. Recuerdo que aquel día...-

 

Hacía rato que Däenerys había dejado de prestar atención. Ignorando cualquier tipo de dolor, o cansancio había girado el resto de su cuerpo para hallar a su lado, en la cama, a la fuente de la otra respiración.

A pesar de que al hacerlo notaba tirantez en su rostro, sonreía de forma amplia pues aquella era sin duda su mejor medicina.

 

-… La señorita Evelyn también quiso quedarse pero la duquesa se lo prohibió, ya sabes que no es lo correcto, sin embargo tu hermano, niña, a tu hermano nadie le dice que no… - Ms. Winterford seguía con su monólogo personal.

 

El aspecto de Herbert era aún peor de lo que la joven pelirroja había sospechado. Prácticamente toda su cara estaba hinchada y una mancha morada cubría varias zonas en forma de enormes cardenales que seguro le estarían doliendo durante una larga semana. También conservaba algunos restos de sangre seca que no se había desprendido por si sola haciendo que, quizá, la cosa pareciera peor de lo que era en realidad.

Däe levantó temblorosa su mano para apartar algunos mechones pelirrojos del rostro de su hermano, con tanta delicadeza que parecía estar manipulando el más valioso objeto del más fino cristal.

El niño se revolvió ante tal gesto. Al principio parecía que continuaría durmiendo, sin embargo, veloz como una flecha, levantó la mano atrapando la muñeca de la pequeña y abriendo uno de sus ojos grises, mostrando, como si nada hubiera pasado, esa característica sonrisa socarrona. Abrió entonces el otro ojo, y luego tuvo que parpadear un par de veces. Däenerys supo que había recuperado del todo su visión al ver la mueca que se dibujó en su pálido rostro pues, seguramente, había detectado ya el horrible labio hinchado.

-Estoy bien…- susurró ella buscando restarle importancia. –No como tú, tienes un aspecto horrible-

-Oh, vaya, se ha despertado- la voz de Ms. Winterford volvió a ser audible aunque deliberadamente ignorada. -Me encargaron vigilar toda la noche pero supongo que no pasará nada si me excuso unos momentos, el señorito será todo un rebelde pero supongo que la dejo en las mejores manos, señorita Marie.-

Los dos niños dirigieron la mirada a su niñera, cosa que les provocó un dolor que estuvieron dispuestos a pagar para recompensar a la anciana con una enorme sonrisa.

-No, no sonriáis así, vamos, dejadlo o me robaréis el corazón. Ya salgo, ya salgo, pero volveré en unos momentos ¿entendido? No volveré tarde porque aún recuerdo ese día en el que…- Su sabia voz de fue perdiendo según se alejaba por el pasillo y la puerta volvía a entornarse.

 

Por fin solos y a costa de unos cuantos pinchazos más, volvieron a mirarse.

Herbert levantó las manos hacia ella, acariciando con todo el cuidado del mundo su hinchazón, ella le besó la mano a cambio, y después la tomó entre las suyas.

-No deberías haberte puesto en medio Däe, ese golpe debería haber sido para mi.-

Ella negó con la cabeza, de lo que por cierto, también se arrepintió después. Puso buen cuidado en no repetir su gesto.

-Tú tampoco deberías haber hablado Herb, conoces a padre, sabes que él…-

-¡Pero no estabais haciendo nada malo!-

-Pero así son las cosas, Herbert.-

-Pues si son así yo no quiero tener que vivirlas-

-Eres el heredero…-

-¿El heredero de qué, Däenerys? Dime, si ser heredero implica ser como él, yo renuncio a esto.-

-No puedes renunciar…-

-¿Por qué no?-

-Porque así son las cosas.-

-¿Te das cuenta Däe? Solo existe ese argumento.-

La pelirroja dejó que sus ojos azules se dirigieran a la ventana donde contempló las ramas de los árboles siendo mecidas por el viento, los restos de nieve que aún quedaban en ellos, y entonces volvió a mirar los ojos de su hermano.

-Pero tú podrás cambiar las cosas, Herbert.-

Él sonrió y recorrió su mejilla con las yemas de sus fríos dedos.

-Las cambiaré, pequeña, las cambiaré algún día.-

Aquella respuesta pareció suficientemente satisfactoria y solo entonces se dio cuenta de cómo pesaban de nuevo sus párpados, seguramente, por todo el esfuerzo realizado en aquel corto rato. Apoyó la cabeza en el pecho del pelirrojo y cerró los ojos, escuchando los pasos de Ms. Winterford regresando lentamente a la habitación.

-Creo que ya vuelve.- Comentó en un susurro travieso y apenas audible.

-Shh… deberías volver a dormir.- La mano de Herbert se colaba entre los mechones de su cabello, acariciándolos distraídamente.

-Pero ¿me contarás un cuento?-

-Te contaré los que quieras.-

Sonriendo por pura inercia Däe se acomodó aún más y se rindió a la comodidad, descansando su vista y relajando su respiración, preparada.

-Érase una vez un hada…-

-¿Cómo se llamaba el hada?-

-Se llamaba Däenerys, y era la más hermosa de todas, todas las hadas….-

07.08.2013 16:28

Se miró en el espejo con aprobación, acariciaba con cuidado las costuras del bello vestido azul que Ms. Winterford había elegido para ella. Era sencillo, cómodo y de lana, que la protegería del frío que movía con furia las ramas de los árboles en el exterior.

Dio una vuelta sobre sí misma para que la institutriz pudiera verla mejor y así corregir cualquier pequeño imperfecto que pudiera haber en ella, pero no encontró ninguno. Recolocó su cabello sí, pero más bien lo hizo para poder acariciar esa sedosa melena roja y también para besar con gesto cariñoso su blanca frente, cosa que Däenerys agradeció, pues le parecía maternal y reconfortante. Algo tan insignificante como un beso tenía la fuerza de sacar sonrisas y eso, eso sí le parecía fascinante.

 

Salió de la estancia seguida de la fiel anciana que ya había sustituido su rostro afable por la inexpresividad que se exigía al servicio.

Ambas caminaron en silencio, una delante de la otra, por los pasillos de la mansión que podían resultar infinitos en el incómodo silencio.

Däenerys amaba su hogar, era una hermosa casa ricamente decorada con todas las comodidades de las que carecía la gente humilde de la época. Los largos corredores e infinitas habitaciones vacías la hacían perfecta para una cantidad inimaginable de juegos que en realidad siempre habían tenido prohibidos. Siendo más específicos, la casa contaba con más habitaciones de las que la pequeña podía enumerar, ni siquiera había entrado en todas ellas a lo largo de sus siete años de vida.

 

Por fin llegaron a las escaleras que conducirían a la planta baja donde se situaba uno de los comedores, el de uso diario, donde seguro llegaría tarde a desayunar.

Bajó despacio, guardando especialmente bien la compostura para la corta edad con la que contaba, sintiendo la aprobación de la anciana a sus espaldas pues ella era la responsable de que la joven pelirroja supiera comportarse en todo momento. Era la única de los tres niños con la que lo había logrado puesto que Herbert desde siempre se había negado en rotundo a comportarse como era debido y Evelyn era aún demasiado inmadura y pequeña como para hacerlo siempre que debía. Däenerys era distinta, era reservada y callada, perfectamente educada. Quizá demasiado tímida y miedosa, nunca habría sido capaz de fallar en nada.

 

-¡Padre, Padre! Usted dijo que no iba a nevar y mire ¡mire! ¡Está todo blanco! ¡Mire!- Los gritos de Evelyn llegaban hasta la posición de la pelirroja y su niñera, como también lo hicieron los susurros de la duquesa pidiendo calma, y el sonido de los cubiertos al ser depositados con enfado sobre la vajilla de porcelana.

 

Ms. Winterford y Däenerys cruzaron la mirada, sabiendo que debían apresurarse y obligar a Evelyn a formular una disculpa antes de que la ira del duque se desatara.

Bajaron el resto de escalones con agilidad y salvaron la distancia que había hasta el comedor con gran ligereza, eso sí, poniendo buen cuidado de frenar antes de entrar en la sala.

 

La primera imagen que tuvo de su familia esa mañana, por desgracia, no fue muy diferente a la que solía ser cada día: la gran mesa de madera de roble, oscura e impoluta, ponía buena distancia entre Herbert y su señor padre pues cada uno se sentaba en un extremo ya que se evitaban tanto como podían. El duque, como siempre, llevaba el bigote perfectamente recortado, las lentes bien colocadas y el pelo rubio impolutamente repeinado. Siempre iba vestido elegantemente y en su mano descansaba ese vaso de Whisky escocés que le acompañaba fuera cual fuera la hora del día. A la derecha de éste se encontraba sentada la señora Sanders que quizá en su tiempo pudo considerarse bella pues sus ojos tenían ese color gris de la tormenta y ese azul del mar embravecido, pero había sido eclipsado por el miedo que se había acumulado en ellos, por lo reprimidos que estaban sus sentimientos, por la pasividad que era lo único que sabía mostrar, siempre haciendo lo políticamente correcto. Su cabello, rojo como el de sus dos hijos mayores, destacaba por su color, pero horrorizaba por su falta de brillo, pues, con el paso de los años, había ido perdiendo fuerza y ganando sombras plateadas demasiado precoces para ella pues aún era joven como para aparentar la edad que cualquiera diría que tenía. La pequeña Evelyn estaba pegada a la ventana, aún demasiado ilusionada por la nieve, para disgusto de su padre que preferiría que estuviera desayunando callada. Había sustituido sus ropas de dormir por un vestido parecido al de su hermana mayor, con un color ligeramente más claro que se asemejaba más al blanco que al azul. Su pelo recogido en dos largas trenzas doradas le daban un aspecto tan dulce que casi provocaban irrefrenables ganas de abrazarla. Herbert, desde su puesto, despreciaba algunos trozos de comida y con otros simplemente jugueteaba, sin probar bocado alguno. Su traje había sido recolocado, abrochado con propiedad y seguramente eso era lo que le arrancaba esa mirada melancólica y esos labios fruncidos.

 

La aparición de Däenerys parecía haber tranquilizado un poco el semblante del duque, pues había dejado de prestar atención a Evelyn para clavar su serena mirada en su otra hija, expectante, como siempre. Hiciera lo que hiciera Däenerys sabía que su padre siempre esperaría más.

Hizo la reverencia oportuna en el momento oportuno de la mejor forma que sabía, sin doblarse un centímetro más, ni un centímetro menos, manteniendo la vista en su sitio para que fuera respetuosa y no temerosa, fue perfecta y, sin embargo, por la expresión de su progenitor, nadie lo habría dicho, A cambio, el semblante de su señora madre parecía mostrar alivio, pues, al menos, eso eliminaría la posibilidad de una nueva discusión.

Däe se apresuró a ocupar su sitio, en un lugar neutral de la mesa, aunque, por qué no decirlo, más cercano al de su hermano. Mientras lo hacía, musitaba unos deseos de buenos días, tan decorosos que más que con su familia parecía dirigirse a un grupo de extraños. Le devolvió la sonrisa a Evelyn cuando ésta se giró y la miró desde su posición junto a la ventana. Eso sí, de una forma mucho más discreta. También buscó la de Herbert pero éste solo levantó una de sus comisuras.

 

-Evelyn siéntate. Es hora de que te comportes como una señorita. Deja ya las estupideces de la nieve, que no te va a llevar a nada.- Quizá las palabras pronunciadas por el duque no fueran especialmente bruscas pero el tono con el que fueron pronunciadas fue tan severo que habría puesto a cualquiera los pelos de punta. A todos menos a la ingenua rubia que no veía nada malo en admirar la belleza de tanta blancura.

-Pero papá, es que te has equivocado, tú dijiste que la nieve no vendría y ha llegado.- Tales palabras consiguieron cambiar el rostro del duque, que había dejado el vaso sobre la mesa, henchido de ira.

 -Yo nunca me equivoco ¿entiendes? Nunca, la nieve no ha llegado, ¡no ha llegado! Porque no vas a poder usarla. ¡No sirve para nada! Tienes actividades más importantes, Evelyn no eres la hija de un molinero, para mi desgracia eres la mía y tienes que aprender de una maldita vez a comportarte como tal.

 

Tras esto, la menor de los hermanos pareció comenzar a comprender. Poco a poco se alejó de la ventana, ocupando el asiento libre que quedaba a la derecha de su hermana mayor, en el que le habían servido su comida. Tenía los ojos llorosos, si te fijabas, pues el amarillo estaba inundado por agua que no debía salir.

La duquesa mantenía su semblante impasible, con la mirada fija en la comida sin ni siquiera abrir la boca, mientras que Däenerys había tomado la mano de la pequeña por debajo de la mesa, dándola así consuelo con suaves caricias. Incluso cuando notó que los sollozos comenzarían a salir en poco tiempo, rodeó su pequeño cuerpo con un brazo, para acercarla y depositar un beso en su cabeza a pesar de que tal gesto consiguiera avivar aún más el fuego que había en el cuerpo del duque. Antes de darle tiempo a seguir hablando, la voz de Herbert se hizo notar en la sala, rompiendo ese silencio tan palpable que se había apoderado de ella cuando el duque finalizó sus palabras.

 

-Déjalas de una vez, ninguna ha hecho nada malo.

 

A pesar de su escasa edad Herbert no temía nada, o eso es lo que hacía ver pues era capaz de reprochar cosas a su padre mirándole directamente a los ojos sin mostrar ningún signo de debilidad. Estaba incorrectamente sentado, y había vuelto a desabrocharse botones que deberían estar abrochados. Seguía moviendo el tenedor por el plato, como si lo hiciera inconscientemente y, mantenía la barbilla bien alta.

La duquesa cerró los ojos, preparándose para la tormenta que estaría a punto de caer mientras, las niñas se abrazaban mirando a los dos varones de la sala de hito en hito.

 

-¿Qué has dicho, Herbert? -Las palabras parecían mantener la compostura pero los hielos de su vaso temblaban por el movimiento incontrolado de su mano- ¿Me puedes explicar qué narices has dicho? -Según avanzaba en las palabras, el tono de voz iba subiendo pero, ni siquiera esto amedrentó al joven pelirrojo.

-He dicho… - Comenzó a replicar con voz pausada, era extraño, porque eran palabras de adulto en la voz de un niño al que ni siquiera le ha cambiado–...que no han hecho nada malo. Que dejes a Evelyn disfrutar de su nieve y a Däenerys abrazar a su hermana pequeña, a la cual, por cierto, acabas de decirle que desearías que no fuera hija tuya. ¿Qué clase de padre se supone que eres?

 

Däenerys miraba a su hermano con una mezcla de admiración y temor, pues sabía que aquello no tenía que pasar, que luego todo iría a peor, que…

 

-¡NO SE LLAMA DÄENERYS!- sus pensamientos fueron interrumpidos por el brusco y grave grito de su padre, que se había levantado de golpe y había roto el vaso contra la mesa. -¡No se llama Däenerys! -Repitió, comenzando a avanzar hasta el asiento del niño, donde él le esperaba aún con la vista clavada en su padre, inmune a sus gritos- Y no debe abrazar ni a su hermana ni a nadie, mucho menos si es porque estoy intentando enseñarla a que no se parezca ni una pizca a ti. ¡Levántate cuando te hablo, si es que eres lo suficientemente valiente!

 

Tras estas palabras volvió a reinar el silencio, solo se oían los jadeos, la respiración entrecortada del duque. Evelyn lloraba, pero era lo suficientemente inteligente como para hacerlo en silencio. La duquesa seguía comiendo, como si no pudiera ver ni oír todo lo que allí estaba ocurriendo. Däenerys se mordía el labio, y miraba a su hermano, transmitiéndole toda la fuerza que podía pues sabía lo que vendría a continuación.

Herbert se levantó, extremadamente despacio y se colocó frente a su progenitor, en silencio, aun aguantando esa mirada furiosa, respondiendo con lo que más duele, la calma, dejando en muy mal lugar a su padre pues demostraba que en el fondo era el único capaz de mantener la compostura.

Llegó entonces el golpe, sonoro como un trueno, luego otro, y otro más, pero no se oía grito alguno, incluso entonces el pelirrojo sabía guardar silencio.

Llegó un momento en el que aquello fue insoportable, Däenerys se levantó de la mesa y corrió al lado de su hermano poniéndose entre él y su padre. Todo se volvió negro al ser alcanzada por la enorme mano del duque que directamente la tiró al suelo.

Algo aturdida volvió a abrir los ojos, se llevó una mano al cabello, donde encontró sangre que manaba de una herida, luego notó cómo alguien la levantaba para llevarla en brazos. Los tiernos ojos de Ms. Winterford la miraban con preocupación mientras la llevaba hasta la puerta. Herbert las seguía y al salir de la sala le vio detenerse en el umbral, temblando y lleno de sangre pero aún con toda la serenidad en los ojos. El pelirrojo miró a su padre y le hizo un juramento.

 

-Vuelve a tocarla y juro que algún día te mataré

 

Fue lo último que oyó antes de volver a refugiarse tras las puertas de la inconsciencia que siempre ayudan a luchar contra el dolor.

22.07.2013 11:44

-¡Däe, despierta! ¡Despierta, ha nevado! - Los gritos de la pequeña Evelyn se colaban en sus oídos, eran agudos, como son los de todas las niñas de 5 años, entusiasmadas por esa capa blanca que aún no comprenden, pero que está fría, mojada y es terriblemente divertida.

-¿Qué? ¿Nevado? Oh, Evelyn, déjame dormir en paz. -Däenerys se revolvió un poco en su cama, tapando con la mullida almohada toda la luz del sol que comenzaba a entrar por la ventana. Notaba a su hermana pequeña saltando sobre el colchón, pero intentó ignorarla y rascar así unos minutos más de agradable sueño.

-Señorita Marie… -La voz de Ms. Winterford era dulce y calmada, como nunca había sido la de su madre. Evocaba a los arroyuelos, a los cantos de los pájaros, al sabor de los caramelos. Era así siempre, incluso cuando, como ahora, ponía especial énfasis en corregir "Däe", cambiándolo por su nombre real–. Es hora de levantarse.

Däenerys abrió un ojo, un ojo azul cual zafiro. Observó a la anciana y a la niña que la miraban ahora dando la espalda al enorme ventanal que permitía el paso del sol de la mañana, y de la visión de los árboles cubiertos de nieve. Tras unos segundos de miradas penetrantes, soltó un suspiro y apartó de su rostro el enorme almohadón. Se incorporó lentamente, intentando domar sus cabellos casi en vano, pues estos eran rebeldes, salvajes, más rojos que las llamas del más intenso fuego del infierno, más que la sangre.

-Está bien, está bien -levantaba los brazos en señal de rendición, apartando las mantas y poniendo los pies en el frío suelo de madera. Ms. Winterford se apresuró a acercarle aquella suave bata, que la protegería del frío invernal de camino al baño.

Se estaba frotando los ojos, y bostezaba tranquilamente cuando Evelyn se lanzó a sus brazos. Era una niña guapa, más rubia que el sol. Sus ojos, amarillos como ámbares, la hacían destacar, así como su arrebatadora sonrisa, la cual siempre mostraba por las cosas más tontas y banales.

-Oh, Däe, ¿te lo puedes creer? Padre dijo que no nevaría pero ¡mira! ¡Está todo blanco!

A pesar de que solo se llevaban dos años, Däenerys parecía considerablemente más mayor que su hermana. La pelirroja siempre había aparentado unos cuantos años más de los que tenía. Ms. Winterford decía que tenía ojos de mujer en el rostro de una niña, que sería arrebatadoramente bella y que esos cabellos tan rojos eran proverbio de buena suerte. Tenía un carácter responsable y protector, era quizá demasiado repipi en ocasiones pero tenía un gran orgullo que le impedía demostrar debilidades.

 

Miró a su institutriz, que musitaba y negaba con la cabeza mientras doblaba algunas ropas que habían quedado tiradas por el suelo. "Däe" era un nombre que solo usaban sus hermanos, el resto de la gente suspiraba con desaprobación al escucharlo, creyéndolo una enrome tontería. "Marie" era su nombre de pila pero lo odiaba tanto que había recurrido a la genial mente de su hermano, buscando con desesperación otro nombre que le fuera un poco mejor. "Däenerys" había sido el seleccionado por él pues decía que tenía un aura de poder que le iba muy bien, además de una semejanza con lo feérico que la hacía aún más fantástica y misteriosa. Herbert decía que con ese nombre y ese pelo, bien podría ser confundida con un hada.

 

<<Herbert...>> pensar en su hermano provocó un considerable aumento de sus ganas de salir al exterior, por el simple hecho de que así podría disfrutar del tiempo con él. Sin embargo, ni siquiera le dio tiempo a desearlo más, pues, esa voz que reconocería en cualquier parte del mundo llegó como llega la esperada lluvia en momentos de sequía, como llega la primavera con su vida tras un árido invierno lleno de muerte.

-Eh, enanas, ¿habéis mirado por la ventana? Está todo blanco.

Sus miradas se cruzaron y casi saltaron chispazos, él la ofreció esa encantadora sonrisa que con solo diez años ya le hacía parecer el más apuesto caballero. Su aspecto rebelde, con el traje que tanto odiaba mal abrochado, en clara señal de protesta, y esos cabellos tan rojos como los suyos destacando entre todas las cosas hacían que fuera imposible no mirarle.

-¡Sí, Herb, padre dijo que no nevaría, pero, míralo, míralo! -Evelyn se había apresurado a reunirse con su hermano que se apoyaba con gesto despreocupado en el marco de la puerta. Él sonrió ante tanta efusividad por parte de la menor de sus hermanas, y le sacó la lengua, soltando después una de esas maravillosas carcajadas.

Levantó la mirada de nuevo y se acercó a la que era confundida en muchas ocasiones con su melliza pues el parecido entre los pelirrojos era alucinante.

Ms. Winterford seguía negando y mascullando, era una buena mujer pero muy de modales y odiaba que los niños se dirigieran unos a otros con tanta despreocupación. La institutriz  resopló aún más al llegar a sus oídos las siguientes palabras del pelirrojo.

-Miss Däenerys…- acompañó sus palabras con una teatral reverencia, mientras intentaba contener la risa, pues Herbert a pesar de su futuro como duque nunca había sido partidario de tan tontas costumbres.

Däenerys, siguiendo con su papel, inclinó ante él la cabeza, y le ofreció su mano para que él la besara. Parecía que iba hacerlo pues había acogido la delicada mano de su hermana con extremo cuidado. La levantó hacia sus labios y entonces tiró de ella, haciendo que a la pequeña pelirroja se le escapara un chillido del susto, acompañado por las risas de Evelyn que miraba encantada a sus hermanos y el casi infarto de Ms. Winterford que hasta el momento había estado procurando ignorar la escena. Sin embargo, el encantador niño lo había hecho para abrazar así el pequeño y delgado cuerpo de Däe, gesto sin duda correspondido por ella entre risas y al que la rubia se había apuntado, eso sí, a una altura bastante más baja.

-Niños, niños, ya está bien.- Ms. Winterford les separaba, provocando más risas de estos, que se resistían a soltarse y volvían a agarrarse unos a otros provocando la desesperación de su pobre niñera.

-El señor duque se enfadará como no bajéis a desayunar de inmediato y las señoritas aún deben asearse y vestirse. Vamos, vamos, niños, ni que llevarais siglos sin veros.

Poco a poco ellos fueron aceptando su derrota, más por compasión que por verdaderas ganas de bajar a tomar el desayuno. La pobre institutriz siempre se había portado bien con ellos, y, aunque una de las típicas diversiones de los hermanos era hacerla de rabiar, nunca la practicaban durante demasiado rato.

-Evelyn Keira Sanders, Ms. Worrington te está esperando para tu baño. Márchate, o la harás enfadar y no pondrá cuidado a la hora de desenredar tu cabello. -Aquella amenaza era más que suficiente para hacer que Evelyn prácticamente huyera decidida a tomar aquel dichoso baño, no sin antes detenerse en el umbral de la puerta a hacer la bien aprendida reverencia, para aprobación de Ms. Winterford, que asintió con la cabeza e incluso le regaló una tierna y leve sonrisa que fue correspondida por una mucho más grande por parte de la niña, que, segundos después, desapareció por el pasillo gritando algo así como "Ms. Worrington por favor, ¡tenga cuidado con mi cabello!”

 

-En cuanto a usted, señorito...- Ms. Winterford se giró hacia Herbert, que mantenía las manos enlazadas con las de Däenerys en un fraternal gesto- Debería dejar algo de intimidad a su hermana, luego podrán salir a disfrutar de la nieve. Mientras, practique con su violín, o ensaye el baile de la semana próxima o… -Sin más opciones en la cabeza, la mujer se limitó a hacer gestos con las manos, despachándole de la habitación.

La cara de Herbert mostraba disgusto ante tales proposiciones dejando bien claro que no pensaba dedicar su tiempo libre a actividades tan poco atractivas, aunque quizá estas le hubieran gustado si no hubieran sido obligatorias. Sin embargo, con tal de no hacer enfadar a la señora que más dulcemente se portaba con él, soltó las manos de Däenerys, depositó un beso en su pálida mejilla y se dirigió a la puerta, parándose como anteriormente había hecho Evelyn en el umbral.

Ms. Winterford levantó la ceja, pues aunque era lo correcto, Herbert nunca hacía las necesarias reverencias al abandonar una habitación. Däenerys, igualmente sorprendida observaba a su hermano, esperando el as que seguro se sacaría de la manga.

-Señoras…- Murmuró el chico, inclinándose sí, pero mucho más exageradamente que la última vez, dejando bien claro lo tonto que le parecía aquel hábito. Luego echó a correr, buscando eludir los reproches que saldrían seguro de la boca de la niñera, aunque fue acogido y apoyado por las carcajadas de su hermana.

 

-Este niño no va a cambiar nunca.- Ms. Winterford negaba con la cabeza, tan exageradamente que solo conseguía incrementar la risa de la pelirroja, que, aun así, luchaba por controlarse.

-Ay niña, qué haremos con tu hermano, qué haremos… y visto lo visto, también contigo, ¡no te rías! ¡No ha sido gracioso!-

Däenerys consiguió, más o menos, controlar su risa y dejar de cubrir su boca con la mano, aunque un nuevo brillo apareció en sus ojos al detectar un atisbo de sonrisa, apenas un leve levantamiento de comisuras, en los labios de la vieja Ms. Winterford.

-Al baño, al baño, señorita, o si no seré yo la que no tenga cuidado con su cabello.-

Juntas salieron de la estancia, juntas, en un gran silencio, controlado solo unos segundos pues pronto, ambas dos, tuvieron que soltar todas esas carcajadas tan poco correctas y tan necesarias.